Pa'lante, Colombia!
Siempre por la mañana, en cada uno
de los Hogares, los niños, jóvenes o adultos que hacen parte de él, se reúnen en
círculo con sus educadores y cada uno va expresando su estado de ánimo al
empezar el día, sus temores, sus frustraciones y sus anhelos, en un ritual de expresión
de sentimientos que tiene un efecto catártico y, sobre todo, de enganche con el
grupo para obtener de él comprensión, solidaridad y validación de los procesos
personales y la dinámica colectiva. A cada intervención, la respuesta coral
inmediata es: “Para adelante, compañero”,
que en la jerga de nosotros se ha ido contrayendo en un pa'lante! en el cual se está siempre trabajando la espontaneidad y
la conciencia que libere la expresión de convertirse en una muletilla rutinaria,
elusiva y descafeinada.
La letanía matutina de los Hogares
se me metió, como una de esas canciones pegajosas, desde anoche, cuando empecé
a tratar de reponerme del impacto de ayer, siguiendo los resultados del plebiscito
y a buscarle una salida a la encrucijada en que nos metimos los colombianos.
Mirando las redes sociales, me
llamaron mucho la atención las mamás de niños pequeños preguntándose cómo les
van a explicar, cuando estén más grandes, por qué le dijimos no al fin de la
guerra y a propuestas de entendimiento que todo el mundo nos estaba admirando
como algo sorprendente. Me estremecieron, de nuevo, las descalificaciones
implacables de los contendores, y más aún los denuestos a un país insoportable,
mezquino, sin conciencia de sus valores y sus contradicciones, en esos
ejercicios de emotividad primaria sin control.
Me indignaron los juegos
pirotécnicos del domingo en la noche en varios sectores de El Poblado de
Medellín, al mejor estilo de las alboradas
de los mafiosos, para hacer sentir su supuesto poder, sus bravuconadas y sus pavorosas
advertencias.
Pero de nuevo vinieron a mi mente
los Hogares y, específicamente, una práctica muy de la comunidad terapéutica:
la terapia de realidad, que lleva a
los individuos y al grupo a ubicarse en el aquí y el ahora, con la máxima
objetividad, coherencia y proyección, evitando las coartadas del idealismo evasivo, de la
propia victimización, de la justificación fácil, para retomar y replantear de
manera pragmática y paciente las claves del propio crecimiento que replantea
y recompone el proyecto de vida.
Para un ejercicio como ése aplicado
al país hay, afortunadamente, unas puntadas que lo harán válido y, ojalá,
exitoso:
- el dato estadístico,
que constata prácticamente un empate técnico en la medición de pareceres y
convicciones de los colombianos, para que nadie pretenda abrogarse triunfos o
sumirse en la derrota a la hora de ver para
dónde pegamos, conscientes, eso sí de la necesidad de sacudir ese pesado
lastre que representa el 62,6% de abstención detrás de la cual se atrincheran
la indiferencia, la comodidad dominguera, la indecisión inmadura y hasta la ambigua
duda metódica;
- la reacción sensata,
ponderada y propositiva, con notables consonancias, de líderes de la contienda como
el Presidente Santos, el Jefe de las FARC, Rodrigo Londoño, el Senador ÁlvaroUribe y el Presidente de la Conferencia Episcopal, Mons. Luis Augusto Castro;
- el eco del evento en
la comunidad internacional y la demanda casi unánime de no cejar en el empeño
por todo lo que nos jugamos y por su repercusión paradigmática;
- la reacción -tímida aún
pero progresiva- de los votantes, parecida en muchos casos a la de los ingleses
al día siguiente del referéndum por el Brexit, o salida de las Gran Bretaña de
la Comunidad europea, midiendo el alcance de decisiones no bien ponderadas.
Cuando estaba pensando el plebiscito
como una dolorosa pero conveniente terapia de realidad para nosotros los
colombianos, me llegaron por las redes, dos sugerencias de distinta índole,
pero que vale la pena compartir en este plan en que hay que ponerse, para no
echar por la borda todo lo logrado y salir de nuevo al rescate de los valores
esenciales de nuestro ser nación.
La primera consideración viene de Mafalda
y, más concretamente, de su vecino Miguelito, uno de los pequeños integrantes
de la patota de la niña prodigio de la caricatura argentina:
Con que mirar la historia para adelante..! Es la voz de un niño, como los
que a nuestro alrededor nos cuestionan con desparpajo cobre los grandes temas
existenciales. Muy claretiano, además sin proponérselo, nos traza la ruta precisa,
para que todos y todas intentemos una dirección acertada después del revolcón
que nos dio el plebiscito.
La otra mirada con perspectiva de
futuro es lúcida y evangélica. Es la del Provincial de los Jesuitas, P. Francisco de Roux, curtido misionero
de los Derecho Humanos y atención a las víctimas en las más críticas zonas de conflicto:
«Lo que ganamos perdiendo»
Octubre 3 de 2016
Nosotros
habíamos invitado a un voto en conciencia, a respetar a quienes pensaran
distinto, a participar en el plebiscito dejando claro que aceptábamos el
resultado y que construiríamos a partir del resultado, fuera el que fuese.
En conciencia,
explicamos las razones que nos llevaron a luchar por el SI, convencidos de que
era lo mejor para el país y convencidos de que con nuestras razones podíamos
convencer a la mayoría, y perdimos.
No luchábamos
por el futuro político del presidente Santos, ni tampoco contra el futuro
político del expresidente Uribe, ni luchábamos por el futuro político de las
FARC. Nos importaba solamente el que pudiéramos vivir como seres humanos,
esta fue la razón de nuestra lucha.
Luchábamos por
superar la crisis espiritual del país que nos sumió en la destrucción de
nosotros como seres humanos. Soñamos que íbamos a dar un primero paso aprobando
la negociación con las FARC, pero no lo logramos como queríamos. Seguramente
porque nosotros también formamos parte de la crisis, como colombianos que
somos.
Gracias a
Dios, Colombia es una democracia. Y la democracia, con la llamada a que el
pueblo se manifieste, tiene la virtud de colocarnos en la realidad, gústenos o
no nos guste, como lo dice la copla de Machando: “La verdad es lo que es, y sigue
siendo verdad, aunque se piense al revés”.
Y sin embargo,
esta verdad, este resultado del plebiscito puede ser el camino que nos lleve
superar el más profundo de nuestros problemas que somos nosotros mismos,
partidos como lo evidencia esta votación, excluyentes, incapaces de ir juntos
en los asuntos más profundos; y sabedores de que nuestras animosidades y
agresiones, que se expresan en la política, en los medios de comunicación, en
los debates académicos y eclesiales y el seno de las familias, tienen
consecuencias letales entre los campesinos, y en la locura de la guerra donde
pierden la vida nuestros jóvenes, mientras otros problemas graves del país
siguen sin resolverse.
Felizmente la
declaración del Presidente Santos ha dado tranquilidad a todos. Porque
reconoce como demócrata el triunfo del “NO”. Mantiene el cese bilateral al
fuego. Llama a un replanteamiento de los acuerdos de paz incorporando a quienes
ganaron. Y ordena a los negociadores del gobierno que retomen el diálogo con
las FARC dentro de la nueva realidad política.
Igualmente es
de resaltar la actitud constructiva y reconciliadora del expresidente Uribe que
reitera su voluntad y paz, invita a las FARC a continuar en la negociación, y
plantea los aspectos jurídicos, institucionales, sociales y económicos que
quienes votaron por el NO consideran indispensables para ser incorporados en
los acuerdos.
Tenemos que
aceptar con realismo y humildad que debemos revisarnos. Quizás no nos habíamos
aceptado crudamente como parte del problema, y precisamente porque somos parte
del problema, de la crisis, se acrecienta hoy nuestra responsabilidad de
ser parte de la solución.
Este es el
momento de oírnos, comprendernos y reconciliarnos con quienes por razones
sociales, políticas, institucionales y éticas, piensan distinto. De aceptarnos
en nuestras diferencias. De revisar desde todos los lados qué es lo que cada
quien tiene que cambiar, para que todos seamos posibles en dignidad en
una paz que nos traiga la tranquilidad a todos y a todas.
Vamos a mantener
y redoblar el entusiasmo con que nos entregamos a la causa de la paz, pero
vamos a hacerlo incorporando a los demás. Aceptando su comprensión distinta,
escuchando sus argumentos y temores y rabias. Y colocándonos más allá, en el
ser humano que somos todos y todas.
Pensamos que
los elementos centrales de los acuerdos de La Habana y el método del proceso de
paz siguen siendo válidos. En ellos pusieron seis años de trabajo personas de
extraordinario valor y de la más seria dedicación, hombres y mujeres, civiles
y militares que son verdaderos valores humanos de Colombia, y al lado de ellos
guerrilleros dispuestos a dejar la guerra que se transformaron en el mismo
proceso. Ellos merecieron la admiración y el respaldo de la
comunidad internacional. Pero el resultado de la votación muestra que tienen
que los acuerdos tienen que ser reformados para ser viable política e
institucionalmente en la Colombia de hoy. Y lo que importa finalmente es la
paz, que requiere momentos de generosidad heroica, para que podamos
superar la barbarie de la violencia política de una manera factible en una
patria reconciliada.
Tengo plena
confianza en que Dios nos acompaña en este camino. Que vale hoy más que nunca
la palabra de Jesús cuando nos dice que la verdad nos hará libres. Que esta
verdad del resultado del plebiscito, con toda su mezcla de realismo humano y
político, purifica y acrisola este proceso. Que hoy nos ponemos de partida para
ser humanamente más grandes.